"La vida no es lo que uno vivió,
sino lo que recuerda
y cómo lo recuerda para contarla".
Contexto Socio Cultural de
Fundado por Severo Antioco EZPELETA,
Allá, en los principios de la década del 60, según te recuerdo, mis ojos de niña te gravaron en mi memoria desde mis sentimientos. Recuerdo la casa de mis amados
abuelos, sobre Padre Bruzzone, donde viví hasta el 69. Con sus largos patios cubiertos de parras, bordeados de flores. Su quinta. Sus frutales. La popular peluquería de mi madre en la habitación
del frente. Mi vida junto a ellos. Tiempos de gloria. Copos de algodón en el alma. Era la época en que las siestas ganaban las primeras horas de la tarde, con calles vacías, quietas.
Y cuando terminaban “las horas del silencio”, como yo las llamaba, llegaba el encuentro con los chicos de la cuadra. Entonces todo se transformaba en risas juegos, travesuras. Pasaban pocos autos
y la mayoría lo hacían sobre la Av. Mitre. Era la hora de la mancha, la escondida, saltar la soga o el elástico, cambiar figuritas, jugar a la payana, a las bolitas. Después había un tiempo para
que los mayores se sentaran bajo los frondosos árboles en las veredas y las charlas entre vecinos se extendiera hasta casi la hora de la cena. También recuerdo la quinta “el
Refugio”, inmensa zona arbolada con su extraña casona, custodiada por numerosos perros guardianes. Hogar del escultor Victor de Pol, autor del primer busto a Sarmiento, que hoy se encuentra en la Plaza 25 de Mayo, en la Capital de la
Provincia San Juan.
El ayer paseo de la mano de mi madre o de mi abuela, al cementerio, con sus calles bordeadas por raras y variadas construcciones salpicadas de flores y respetuoso silencio. Hoy descanso obligado
para muchos de mis más queridos seres. Imponente barrera tras sus muros: la vida y la muerte. Recuerdo las tardes que papá me llevaba a recorrer “la cava”. Enorme sector al que bajábamos por los
mismos caminos que en espiral recorrían los camiones para llevar la tosca que extraían de allí. La profundidad del lugar y sus paredes acantiladas con los distintos tonos rojizos y marrones que
en forma de franjas podían verse, eran imponentes.
A mediados del 69 nos mudamos a nuestra propia casa, sobre Río Gallegos, donde al poco tiempo naciera mi único hermano. Allí encontré otro mundo. Era como si la Av. Mitre dividiera a ese sector
de Ezpeleta en dos ciudades. Tan distintas una de la otra. Me costó adaptarme a su gente. Hacer amigos. Pero bueno el tiempo todo lo puede. Y así fue. Lentamente descubrí que su gente tenía otras
costumbres, pero era tan maravillosa como la “del otro lado” de la Av. Aprendí el camino a la Escuela Nº 14. Su enorme patio arbolado; sus largas galerías pobladas de murmullos y risas; el ruido
de la lluvia sobre los tejados; el eco de mis pasos en sus pisos de madera; el talán de su campana; aún conservan la fuerza suficiente para hacer rodar lágrimas sobre mis mejillas. Descubrí tu
plaza sobre Carbonari: parada obligada a la entrada y salida del colegio; palco oficial en los desfiles de las fiestas patrias. Nuevos barrios, como el Ferroviario: hermosos chalets desde el
borde la Av. Mitre hasta el terraplén de la calle Río Desaguadero. Límite con el campo: enorme franja verde que separaba la gente del río y donde el abuelo adiestraba perros para caza
menor.
Los años pasaron. Las calles de mis viejos barrios reemplazaron las risas y juegos de los niños, por las bocinas del terrible tránsito. Ya no existe “el Refugio”. En el lugar de los gigantescos
árboles hay casas. La franja verde está salpicada por viviendas de distintas formas. La autopista te recorre paralela al río. Hermosas torres de barrios privados enfrentan al pintoresco viejo
“barrio Ferroviario”. A causa de uno de los desbordes del río “la cava” quedó cubierta por las aguas, guardando en su interior una de las máquinas excavadoras, y transformándose desde entonces en
uno de los lugares más peligrosos de la zona. Su espejo de agua actualmente es visitado como lugar de pesca o para nadar. Siendo las medidas tomadas por las autoridades, demasiado escasas para
prevenir a la gente del peligro real del lugar. Llevando ya la triste lista de diecisiete víctimas fatales, algunos dirán a causa de su propia ignorancia, negligencia. La realidad muestra un
sector de alto riesgo que aún espera verdaderas respuestas.
Yo también fui creciendo. El tiempo me transformó en mujer y formé mi propia familia. Llegó el momento de buscar un nuevo lugar donde vivir. Y lo encontré, aquí, en Ezpeleta. En las tierras que
hace catorce años atrás estaban afectadas por el CEAMSE, ocupadas por las quintas y bordeadas por los cañaverales. Actualmente ocupadas por mi barrio, conjunto de más de doscientos chalets, que
pronto superarán los trescientos; con un pañol para herramientas, una guardería materno infantil; y una fábrica de intertrabados para la pavimentación de los pasajes internos. Chalets hechos con
recursos propios, cuya calidad de construcción demuestra la responsabilidad de sus conductores. Hombres jóvenes, con la fuerza y habilidad suficiente para transformar las “utopías de otros” en
realidad. Que ni los tentadores negociados que más de un astuto supo proponer, ni los intereses políticos de otros sectores, pudieron desviarlos de su principal objetivo: entregar casas
accesibles y habitables a aquel que la necesite. Aquí la risa y los juegos de los niños, como en mi infancia, son los dueños de sus angostas calles. La tranquilidad del lugar sólo es interrumpida
por el ruido de las herramientas de la gente trabajando y el ladrido de los perros. Aquí encontré junto a un techo el amor en su más pura expresión: la amistad, la solidaridad. Mi barrio se llama
Coop. de Viviendas Quilmes, pero tiene otro nombre, el de su gente que sin pausa continúa año tras año convirtiendo en realidad lo que antes eran sueños. Sus conductores son jóvenes, sí, pero su
madurez es admirable. Formando la fuerza de su juventud, la humildad, la constancia, la fórmula ideal para seguir adelante pese a las dificultades que puedan presentarse. Esos valores que admiro
y respeto son los que quiero heredar a mis hijos. Es así como aquí no sólo les estoy construyendo su casa, sino que también les estoy construyendo su hogar. Porque además de mi amor de madre
tienen el amor de su gente.
Ezpeleta: en el pasado, en el presente, en mi futuro mis pasos te recorren. Aquí nací. Crecí. Vivieron mis abuelos desde 1910. Aquí vive mi madre, mi hermano, mi familia materna toda. Aquí vivo
junto a mis hijos, mi hombre, mis amigos de ayer, de hoy, de siempre. Recorro tus calles y todas saben a momentos vividos. Pasado, presente, juntos en un mismo sitio. Por la calidad de tu gente
de ayer, de hoy, aquí me quedo. Como te siento:
soy parte de ti, sos parte de mí.
Por Sandra Di Franco, publicado en febrero de
1999.